A 25 kilómetros de Los Ángeles, en la Región del Biobío, Daniela Montoya (35) y su marido Juan Manuel construyeron con esfuerzo su hogar y su negocio de flores, al que llamaron Flor y Gracia. Desde la pandemia, cuando ambos perdieron sus empleos, decidieron dar un giro y emprender desde el campo, comenzando con recursos limitados y muchas ganas de salir adelante.

En el terreno donde se instalaron no había servicios básicos, ni casa, ni infraestructura. Con lo poco que tenían —unas papas de Lilium que les regalaron— comenzaron su primera plantación. Las flores crecieron y salieron a venderlas puerta a puerta. “Muchas veces, si no vendíamos un ramo, no podíamos cubrir los gastos del día”, recuerda Daniela. En fechas clave como Navidad o San Valentín, lograron aumentar sus ventas con la ayuda de familiares y amigos.

Tras dos años de trabajo en la calle, y gracias a los ingresos obtenidos, lograron comprar un galpón para transformarlo en su primer local. Mientras Juan Manuel se dedicaba a levantar la estructura, Daniela tomó un empleo dependiente para apoyar con los recursos necesarios. Lo inauguraron en el Día de la Madre, aún sin terminar, pero ya contaban con clientes fieles que valoraban su trabajo.

Fue en esa etapa cuando conocieron a Fundación Banigualdad, lo que marcó un nuevo impulso para su emprendimiento. Con el apoyo del microcrédito y las capacitaciones, pudieron proyectar mejor su negocio. “Banigualdad ha sido un acompañamiento importante. Nos ha permitido crecer con más herramientas y seguridad”, afirma Daniela.

Ese mismo año enfrentaron una situación muy difícil a nivel personal: la pérdida de un embarazo y una larga hospitalización. A pesar del dolor, decidieron continuar con su proyecto como una forma de mantenerse activos y enfocados. Juan Manuel plantó 10 mil girasoles en memoria de su hijo, lo que dio inicio a una nueva etapa en su emprendimiento.

La primera cosecha fue positiva, pero la segunda se vio afectada por las heladas. Aun así, siguieron adelante y lograron duplicar su producción, vendiendo incluso en otras ciudades como Temuco y Puerto Varas.

Con el segundo microcrédito de Banigualdad, construyeron un invernadero de 200 metros cuadrados, lo que les permitió cultivar girasoles también en invierno. “Fue un gran avance para nosotros. Trabajamos muchas horas, pero valió la pena”, comenta Daniela. Sin embargo, los temporales del sur destruyeron la estructura justo antes de una nueva plantación. Actualmente, están en proceso de reconstrucción, con el mismo compromiso y perseverancia que los ha caracterizado desde el inicio.

Hoy, Flor y Gracia ofrece ramos, coronas y arreglos para toda ocasión, y colabora con empresas de la zona. Daniela y Juan Manuel sueñan con vivir del campo, consolidar su negocio y seguir creciendo. “Este emprendimiento ha sido parte importante de nuestra vida. Nos ha enseñado a organizarnos, a ser constantes y a valorar cada paso”, dice ella.

Desde Fundación Banigualdad destacan su historia como un ejemplo de resiliencia y esfuerzo. “Cada emprendedor que acompañamos tiene una historia distinta, pero lo que los une es la convicción de que con herramientas y apoyo, es posible avanzar”, señalan desde la institución.